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sábado, 18 de enero de 2014
Las veinte lecciones de la crisis financiera que debemos grabarnos a fuego
Las lecciones que podemos extraer de
la actual crisis financiera son innumerables y conviene tenerlas muy
presentes, grabadas a fuego. No en vano, las estadísticas dicen que las
grandes crisis mundiales suelen producirse con una intermitencia que se sitúa
entre los 10 y los 15 años. En la obra "Anatomía de una
crisis", recientemente publicada por Deusto, Aristóbulo
de Juan, Francisco Uría, e Iñigo de Barrón, hacen un repaso a
todo aquello que debemos aprender de esta crisis. Y estas son las
principales lecciones que hemos seleccionado.
1.- Las circunstancias macroeconómicas
pueden desencadenar crisis financieras de gran envergadura.
Por eso, es importante desarrollar dos tipos de supervisión, la macro y entidad
por entidad. Ambos tipos de supervisión deben funcionar en un marco
institucional estrechamente interconectado.
2.- La mala gestión y la pasividad
de los supervisores agravan las crisis. Un ejemplo muy claro lo
tenemos ahora, ya que esta crisis fue desencadenada por las hipotecas
'subprime' estadounidenses pero sus consecuencias se han visto agravadas por la
pésima gestión y la pasividad de los supervisores.
3.- La mala gestión conduce a un
crecimiento demasiado rápido y a la toma de riesgos desmedidos. Es lo
que los autores llaman "el opio del banquero". El crecimiento rápido,
que puede proceder de un exceso de liquidez, conduce a la euforia y a la
laxitud.
4.- En tiempos de bonanza, las entidades suelen ser
transparentes, pero cuando tienen problemas serios, los gestores
tienden a ocultarlos mediante el maquillaje de las cuentas. El
problema es que el maquillaje no resuelve los problemas y los gestores pueden
optar por la "huida hacia delante", embarcándose en operaciones
especulativas y de alto riesgo. En estas circunstancias puede aparecer el
fraude.
5.- Como resultado del maquillaje,
los peores créditos nunca están contabilizados como morosos. ¿Cómo es
posible? Mediante el uso de resquicios en la normativa, o bien incumpliéndolos
directamente. Uno de los principales instrumentos de camuflaje es la refinanciación
de operaciones inviables, pero también lo son la sobrevaloración de las
garantías o las acciones canjeadas por créditos.
6.- Las prácticas anteriores, que permiten
enmascarar patrimonio o resultados, se dan cuando la supervisión es inoperante
o tolerante. En tiempos de bonanza puede que no pase nada. Pero cuando
la economía empeora, esta estrategia puede ser suicida. Los problemas
se agravan y las soluciones se aplazan mientras crecen las pérdidas y la falta
de liquidez. Además, la tolerancia hace al supervisor cautivo de su pasado y le
impide adoptar cualquier política que ponga en evidencia sus errores del
pasado.
7.- La falta de liquidez de los bancos puede
deberse a problemas del activo, del pasivo o de ambos. El problema es que una
situación prolongada de iliquidez puede desembocar en una situación de
insolvencia oculta. Esta situación debe abordarse cuanto antes pues, de lo
contrario, se puede agravar la fuga de depósitos. Si la entidad no tiene
futuro, no debe recibir inyecciones de liquidez.
8.- Lo que cuentan son los flujos. Si existe
una masa de activos que no originan flujos de entrada reales, los recursos que
los sostienen sí que tienen un coste real que originan flujos de salida. Por
eso, la iliquidez y las pérdidas van en aumento. Y la
capacidad de crédito se congela. Puede darse el caso de que los bancos se
conviertan en "pirámides", donde los gastos generales y financieros
no se pagan con los ingresos obtenidos sino con los nuevos recursos que se
captan.
9.- Las situaciones de insolvencia nunca son
declaradas por el banquero. O casi nunca. Con frecuencia, tampoco las
identifica el auditor ni el supervisor hasta que la entidad se queda sin
liquidez. Entre tanto, se intenta salvar la situación con apoyos puntuales de
liquidez que no resuelven nada y prolongan la agonía.
10.- Cuando la insolvencia es profunda, se
dan varios niveles de pérdidas que se van desvelando sucesivamente.
Primero, las escasas pérdidas que declara el banquero; luego vienen las que
detecta el auditor, que puede doblar a las del banquero. Entonces, se encienden
las alarmas y llegan los inspectores, que detectan aún más números rojos hasta
incluso doblar la que han señalado los auditores. Y al final, se pone la
entidad en venta.
11.- Cuando los propios accionistas no
subsanan su falta de capital, el supervisor debe intervenir en
cuanto detecta un nivel suficiente de insolvencia en el que apoyarse
jurídicamente. El tiempo es oro y no debe esperar.
12.- Para evitar lo anterior, hace
falta una buena supervisión acompañada, además, de una buena
regulación. Esto no servirá de mucho si no hay mecanismos eficaces de
saneamiento y reestructuración.
13.- Si no existe un marco institucional
para actuar, se produce un efecto inhibitorio en el supervisor que puede llevar
a la parálisis. Si no dispongo de los medios para actuar ¿para qué voy
a actuar? podría llegar a preguntarse. También ocurre este efecto
cuando el gobierno no dispone de los recursos financieros convencionales para
abordar la situación y no quiere tomar medidas extraordinarias.
14.- Para que la supervisión sea eficaz, hay
que comprobar la salud de cada entidad "in situ". Esto puede
ser más importante incluso que la mejora de la propia regulación. Pero cuidado,
las pruebas de esfuerzo pueden ser instrumentos útiles, aunque no siempre. La
razón es que se basan en los datos que aporta la entidad, que suelen ser
engañosos. Por eso, estos mecanismos no deben sustituir a la comprobación
"in situ" sino complementarla.
15.- El agujero que supone la insolvencia de
una entidad solo se resuelve si es rellenado con capital fijo o mediante la
compra de un tercero de activos dañados en proporción suficiente y con la
asunción de la pérdida subyacente. Los préstamos y los avales pueden ser un
complemento, pero no un sustituto. Lo importante es reemplazar el
capital enfermo para hacer que el negocio sea sostenible y haya
compradores. La meta es poder olvidarse del problema no alargarlo.
16.- No existe la magia. Para resolver la
situación de insolvencia, alguien tiene que perder. Los
agentes llamados a sanear el capital son, por este orden: Los accionistas
existentes; los nuevos accionistas o inversores; una entidad con capital fuerte
y equipo de gestión; el resto del sistema financiero a modo de autoseguro; el
Gobierno, con recursos fiscales. No obstante, también pueden contribuir los
acreedores institucionales o incluso los bonistas, por ejemplo, mediante un
canje de deuda por acciones pero siempre que hayan sido bien informados de sus
derechos.
17.- Resulta incomprensible que se ayude a
los bancos pero la falta de acción puede poner en riesgo a todo el
sistema. Por ejemplo, una crisis sistémica interrumpiría los pagos o
haría perder dinero a los depositantes y terminaría por causar mayores pérdidas
al contribuyente. Pero se trata de salvar bancos, no banqueros o directivos de
las cajas.
18.- Mantener mucho tiempo como
responsables de la supervisión de un banco a los mismos inspectores o
auditores externos puede llevar a que sean demasiado comprensivos con los
supervisados.
19.- Si la insolvencia se resuelve en falso,
es decir, en caso de que la herida se cierre a medias, el
sistema resultante será frágil y puede quedar cuajado de entidades renqueantes
y con problemas. Esto puede dificultar el normal desarrollo del crédito. Y puede
convertir en crisis sistémicas anomalías que en principio no eran traumáticas.
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